The Good Place. Temporada 1

(NBC. 13 episodios: 19/09/16 - 19/01/17)
Contiene spoilers

Pese  a ser una serie no del todo actual (con una extraña trayectoria que incluye un parón el 3 de noviembre en el episodio nueve, para ser retomada en enero), no tenía nada mala pinta el tráiler que se podía ver en Netflix, así que por probar no se perdía nada, y menos siendo una serie cómica, con media horita de duración, aunque realmente parecen 20 minutos.

Al final, el veredicto ha sido el pulgar arriba. La premisa sorprendente de que una serie transcurra después de la muerte de Eleanor Shellstrop, la protagonista (estupenda Kristen Bell, el registro de la comedia parece hecho a su medida), que al abrir los ojos se encuentra con una especie de deidad, Michael (ni más ni menos que Ted Danson), dándole la bienvenida a "The Good Place", no decae en ningún momento, pese a que parece en algunos instantes que la cosa no da para más.

Este buen lugar lleno de colorido, de buena gente, de locales donde consumir yogur y de almas gemelas está construido por el atípico y utópico Michael, algo así como un arcángel, que a diferencia del proceder habitual, se va a convivir con esas almas que llegan, en vez de conformarse con construir el proyecto y listo. Los problemas llegan cuando la "buena" de Eleanor se da cuenta de que no pertenece allí, puesto que en vida no fue lo que se dice un angelito: egoísta, maleducada, mentirosa, borde, caprichosa, no sé si he dicho que también egoísta... Está claro que ha habido un error con ella, pero si la descubren irá a "The bad place", donde la infringirán tormentos eternos.

Por fortuna, cuenta con la abnegada (y torturada) ayuda de su alma gemela, Chidi Anagonye (William Jackson Harper), un intelectual erudito e indeciso hasta el extremo que trata de enseñar moral y ética a Eleanor, sobre todo cuando el orden establecido empieza a alterarse: gambas gigantes volando, agujeros que se abren en el suelo, lluvia de basura, todo por culpa de Eleanor... Por si fuera poco, empiezan a llegarle anónimos que dan a entender que alguien sabe su secreto.

¿Será su vecina Tahani Al-Jamil (la desconocida y voluptuosa Jameela Jamil)? Ella es una estupenda mujer colaboradora con todo tipo de causas benéficas, acostumbrada o aficionada a ser el centro de atención y de agasajos, una colaboradora acérrima de Michael, por más que no se necesite su ayuda. Sobre todo porque se empieza a desesperar con el silencio de su alma gemela, Jianyu Li (Manny Jacinto), un monje budista que ni después de muerto sale de su voto de silencio.

Al final resultará que Eleanor no es el único error y que el monje tibetano es en realidad Jason Mendoza, un traficante de medio pelo tonto hasta decir basta, aunque tenga algunos momentos de extraña lucidez. 

Completamos este barrio de casas magníficas (salvo la de Eleanor, que en vida abogaba por los espacios reducidos y le encantaban los payasos, de ahí la decoración con tantos cuadros payasiles) con un personaje más: Janet (D'Arcy Carden), una especie de robot asistente configurada para hacer de la estancia en la vida eterna algo más placentero, resolviendo dudas y consiguiendo lo que le piden (también habrá una Janet mala en el otro barrio).

Como digo, la trama parece por momentos que no da para más, pero siempre consiguen dar un paso adelante. Al contrario que en otras comedias, no estamos ante un cuadro estático para la superposición de chistes, gags y situaciones risibles, sino que el avance de la historia es fundamental, como comprobaremos hacia el final de la temporada, con un giro del que es mejor no hablar, pero que abre las puertas de manera sorprendente para la segunda, que va a mantener, pero de manera muy distinta, el nivel, tanto en lo que respecto a los puntos de humor (un humor un tanto surrealista y desenfadado), como de la propia trama.

Todos los actores están estupendos, la estética con blancos y azules pastel configuran este universo particular, los flashbacks para ver las vidas pasadas de los protagonistas dan un contraste hilarante (por ejemplo con esas maneras truculentas o patéticas de morir), y el punto romántico no es excesivo. Te tiran por tierra presupuestos tradicionales, como temer por la progresiva mejora en la conducta de Eleanor, que en teoría suavizaría la rudeza del contraste entre el paraíso y Eleanor y, por si fuera poco, el giro final es de traca, aunque hay que tener cuidado con no chafar a nadie.

Con la originalidad por bandera, solo cabe añadir una cosa más:

What the fork?

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