Stranger Things. Temporada 2

(Netflix. 9 episodios: 27/10/2017)
Siempre me ha parecido que lo difícil no es (hablando en serie) empezar, sino continuar. El reto es mantenerse, no despeñarse y hacer bueno el dicho de "segundas partes nunca fueron buenas". Si hablamos de uno de los éxitos con mayúsculas del año pasado fue Stranger Things. Nos enganchó con una plasmación estupenda (inmejorable, me atrevería a decir) de las películas de los años 80, con cuatro niños como eje para una historia de ciencia-ficción; y esos mismos niños, más los demás personajes, son el hecho diferencial de esta serie.

En ningún momento se puede hablar de que no estemos en el nivel que conocimos en la primera temporada. De hecho, lo arriesgado sería debatir si esta segunda tanda es mejor todavía. Lejos de entrar en estériles debates, los nueve capítulos que vemos son la consecuencia lógica de todo lo que se inició en Hawkins hace un año (un poquito menos, la que lleva mejor la cuenta es Eleven). La progresión argumental de los personajes no podía ser distinta de la que nos han mostrado.

El mayor riesgo para los directores (brillantes los Duffer) y para los productores, además de mantener el interés, ha debido de ser comprobar, casi sin aliento, cuál iba a ser el crecimiento de sus niños actores. El peligro de encontrarte con un nuevo caso Walt (Lost) debe de estar siempre presente cuando ruedas con niños. Con Dustin, por ejemplo, es más que evidente: cambio de voz, una pérdida casi irreparable de ese componente entrañable de su personaje, que se soluciona muy bien, con una frase que dice la propia Eleven: ¡ahora tienes dientes!

El éxito de esta segunda temporada radica en el final de la primera. Con esa última escena en la que Will tiene una inquietante visión y escupe una especie de larva, ya teníamos el germen bien implantado para el posterior desarrollo. Algo parecido a las imágenes de Jim Hopper alimentando a la supuestamente desaparecida Eleven.

(Creo que ya va siendo hora para plantar el aviso):

Spoilers (ya están aquiiiiií)

El objetivo de ST, desde luego, está cumplido: nueva dosis de entretenimiento del bueno, que cada uno ha gestionado como ha podido o querido, aunque es evidente que los nueve episodios se consumen como un azucarillo y que Netflix no nos lo pone fácil. Raro es el episodio que te deje indiferente o satisfecho. Al contrario, el efecto suele ser el contrario: hay que ver el siguiente.

Los personajes están ya rodados: los cuatro fantásticos siguen siendo adorables, aunque es cierto que Mike está mohíno y su perseverancia es encomiable: cada noche le cuenta a la ausente Eleven su día y lo mucho que la echa de menos; Will es el que se lleva la peor parte de nuevo, con una creciente aparición de momentos invasivos del otro lado que culminan con una especie de posesión del Monstruo de las Sombras, un ser informe gigantesco hecho de humo negro; Dustin y Lucas, por su parte, se disputan la atención de una de las recién llegadas al universo de Hawkins: Max (un nuevo acierto para el casting infantil con el fichaje de la pelirroja Sadie Sink), una chica solitaria, intrépida, descarada, un as de los recreativos y del monopatín, casi siempre tutelada por su hermanastro Billy (Dacre Montgomery cumple a la perfección con su papel de antagonista despreciable, chulo y sociópata).

Por otra parte, tenemos a la pareja de la temporada: Eleven y Jim Hopper (uno de los personajes mejores, o más valientes), que custodia a la niña y pronto nace un vínculo paterno filial que al policía le viene de perlas para salir de la depresión que le aplastaba en los inicios de la primera temporada. Uno de los méritos de esta segunda tanda, de hecho, es mantener el interés en todos los frentes abiertos, y algunos estaban bastante distantes entre sí.

A Eleven le pasa un poco como a Dustin: de ser quizás los dos niños más idolatrados en la primera temporada, pasan a no serlo tanto, a cometer equivocaciones, a meter la pata. Dustin al proteger a D'artagnan (Dart), una especie de larva que resulta ser letal (al menos para el pobre gato de su madre) porque va mutando peligrosamente; Eleven porque se comporta como una niña malcriada cuando no obtiene lo que quiere, algo que motiva el capítulo más alejado del universo de ST, una especie de  capítulo autoconclusivo que sirve para remarcar la fase final del crecimiento interior de Eleven, un viaje a Chicago en busca de una hermana suya del laboratorio, número ocho (llamada en realidad Kali), que tiene formada una banda de desheredados para vengarse de todos los que les han hecho daño. Al final, prevalece el amor frente al rencor, y Jane (nombre real de Eleven, como se ve en la escena en la mente de su mama) regresa a Hawkins, pese a la conexión entre las dos chicas, porque realmente su hogar está allí, junto con Jim y Mike.

Otro de los personajes que van a ser importantes es Bob Newby (ni más ni menos que Sean Austin, el hobbit Sam), el novio que se ha echado mamá coraje, Joyce Byers (la peor decoradora que podría fichar Ikea, pues si en la temporada 1 llenó la casa de luces navideñas, ahora inunda la casa con los garabatos laberínticos de Will), en los ratos libres de no preocuparse por su hijo Will, que cada vez muestra más señales de no haber superado el trauma de su estancia en el otro lado. De ser el típico empollón en su infancia y una especie de precursor de nuestros frikis de hoy en día, pasa a crecer y ganarse el apodo de Super Bob, el héroe del día en las infaustas instalaciones donde torturaron a Eleven a base de pruebas, que ahora, lejos de las indeseables manos de Martin Brenner (que aparece un par de veces, en recuerdos y manipulaciones mentales, aunque puede ser uno de los puntos en los que agarrarse en la tercera temporada), no se alimenta de tanto secretismo, aunque tampoco es que funcionen del todo bien. El doctor Owens (Paul Reiser) bordea por momentos el merecimiento de que desconfiemos de él, pero no cae en el lado oscuro.

Por último, tenemos el trío amoroso entre Nancy, Steve y Jonathan, en el que este último sale mal parado, aunque de cara al espectador es de los personajes que más crecen y que más respeto se ganan, al convertirse en el ángel de la guardia de Dustin (la segunda pareja de la temporada) y, por extensión, de los chicos.

La mejora del presupuesto redunda en unos estupendos efectos especiales, se da la vuelta a la historia con el Monstruo de las Sombras, se potencia la evolución de los personajes (siempre en una línea amable, rozando lo Disney, o muy americano, acabando con el típico baile de instituto), se roza el cliché en muchos momentos, pero con el punto justo para que no suene del todo a algo visto, se ajusta en un notable equilibrio, no se abusa de giros argumentales ni depende demasiado de que haya spoilers reventándote algo, los nuevos personajes engarzan a la perfección con los que ya conocíamos y la estructura clásica de presentación (primer episodio), nudo y desenlace, no puede funcionar mejor.

Quien sea capaz de ver un solo episodio por día, en definitiva, recibirá el premio a la paciencia, porque es la típica serie que te "enguñipas" sin darte cuenta. Ah. Me falta hablar de la música, esa BSO que no tiene nada que envidiar a la de Guardianes de la Galaxia. Y como muestra esta playlist:

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