(352 páginas. 8,95€. Año de edición: 2017) |
¿Qué puede ocurrir cuando dos autores unen sus fuerzas con el objetivo de... divertirse? Pues que escriben un libro muy divertido, parece obvio. Hay que aclarar que en el momento de proponerse esta especie de juego, ninguno de los dos autores era muy conocido, como en los apéndices se hace constar (además de incluir textos de los dos autores refiriéndose al otro). La dedicatoria a G. K. Chesterton, uno de los autores referencia de las obras de ficción, no puede ser más elocuente.
De Pratchett poco sé, pues este era mi primer acercamiento a un autor de ciencia-ficción venerado por sus seguidores; de Neil Gaiman, por contrario, puedo constatar que en el mismo campo, pocos autores pueden hacerle sombra. Su trayectoria habla por sí sola aunque solo constara Sandman entre sus obras.
Por eso puedo reconocer temas suyos, así como personajes que podrían aparecer en cualquiera de sus páginas. Temas complicados, como el Bien y el Mal, como el plan "inefable" de Dios con respecto al ser humano y, en general, el universo, esa especie de circularidad entre lo que tiene que pasar y lo que nunca acaba pasando porque el equilibrio suele ser el contrapeso con el que se juega en la existencia.
Esta novela es coral y, grosso modo, trata sobre el fin del mundo, el Apocalipsis, el Armagedón. La lucha entre el Bien y el Mal está a punto de llegar a su punto culminante, y los ángeles y los demonios dirimirán de una vez por todas sus diferencias, aunque los representantes en la tierra de ambos bandos, el demonio Crowley (o, En el Principio, Crawly, el de la portada) y el ángel Azirafel, dejan mucho que desear, los dos instalados con holgura entre los hombres (y mujeres) y sin mucha gana de que el mundo tal y como lo conocen termine.
De hecho, tanto el bien como el mal en las dos entidades es un concepto bastante relativo. Ni Crowley, amante de la buena vida y de su viejo y reluciente Bentley, es un demonio al uso (no disfruta haciendo el mal, aunque es su trabajo y se jacta de haber creado las redes de autopistas de Londres) ni Azirafel, que colecciona libros, a poder ser proféticos, es la bondad personificada, con egoísmos varios y mala leche en momentos determinados. "Es que no veo qué tiene de malo saber qué diferencia hay entre el bien y el mal". Y, también en esa especie de prólogo protagonizado por ambos, se habla de lo inefable: "Como siempre digo, no se puede anticipar lo inefable. Lo que está bien es Bueno y lo que está mal es Malo, y punto".
A los que Crowley no podía soportar era a esos que se llamaban a sí mismo satánicos. No sólo por lo que hacían, sino por la manía que tenían de achacárselo todo al Infierno. Se les ocurría alguna idea vomitiva que no se le pasaría a un demonio por la cabeza ni en un millón de años, alguna atrocidad oscura y descerebrada que sólo una mente humana hecha y derecha podría concebir, y luego gritaban: "¡El Diablo me empujó a hacerlo!", y se quedaban con los jueces cuando lo cierto es que el Diablo nunca empujaba a nadie a nada: no le hacía falta".
A continuación, se narran los hechos de los últimos once años de la historia humana (teniendo en cuenta que es una obra de los noventa, sin Internet como el Monstruo que es hoy en día, con el 2000 como ese horizonte encaminado a que las Profecías derivasen en el Final, casi una prefiguración de ese gran timo que fue el tan temido "efecto 2000", con el que los ordenadores se colapsarían.
Hay un Dramatis Personae y todo, con una distinción entre seres sobrenaturales (Dios, Metatrón, Satán, Belcebú, Hastur, Ligur y los ya mencionados), Caballistas Apocalípticos (Muerte, Guerra, Hambre, Polución, que aparecen hacia el final), Humanos (No Cometerás Adulterio Pulsifer, antecesor de Newton Pulsifer, empleado administrativo y soldado cazabrujas; Agnes la Chalada, Profetisa que, en 1655, pronostica acertadamente el final del mundo el sábado; su descendiente Anatema, Ocultista que intenta desentrañar las complicadas predicciones del libro; Shadwell, sargento cazabrujas y enemistado con Madame Tracy, vecina suya y Médium; Hermana Mary Locuaz, Monja Satánica de la Orden de las Parlanchinas; el señor Young, padre de Adán; el señor Tyler (presidente de la Asociación de Vecinos, siempre escribiendo cartas al periódico local quejándose); y un Mensajero.
Por último, están Ellos, una banda de niños de 0nce años encabezada por Adán, que en realidad es el Anticristo; Pepper, Wensleydale y Brian son los otros tres de la pandilla, completada por Perro (que debía de ser un Satánico Sabueso infernal). Tibetanos, Alienígenas, Atlantes y otras extrañas criaturas serán la consecuencia de los delirantes acontecimientos desatados por la imaginación de Adán.
El humor desenfadado es la nota predominante de un libro de lectura fácil, dispuesta en capítulos de diversa extensión, que va desde Hace once años (fecha en la que el Anticristo nace, aunque lo confunden con el de Harriet Dowling, Warlock), hasta el Domingo, pasando previamente por el Miércoles, Jueves, Viernes y Sábado. Como el reparto es amplio, cuesta por momentos no confundir a tantos personajes, aunque el engranaje se pone en marcha y todos cumplen su función en esta charada.
Los episodios, a su vez, tienen subdivisiones marcadas por asteriscos, que a veces se suceden velozmente, para dar cuenta de casi todos los personajes que aparecen. Conforme vamos acercándonos al sábado, los hechos van a ir confluyendo en ese disparatado Apocalipsis puesto en marcha por la imaginación de los Ellos, algo que confiere un punto bastante infrecuente a otros relatos sobre el fin del mundo, que no suele incluir referencias sobre tibetanos que salen bajo la tierra, platillos volantes de los que salen extraterrestres ofreciendo paz o la Atlántida emergiendo.
¿Hasta dónde llega la mano de Gaiman y dónde empieza la de Pratchett? Lo bueno es que no importa. El resultado ofrece una apariencia unitaria y coherente. Reconozco a Gaiman, aunque apuntaría una sobreabundancia de surrealismo como más característico de Pratchett (o estaba Neil en un punto jocoso dejándose llevar a tope). Sea como sea, ninguno de los dos pretendía dejar un legado literario, sino, como he dicho antes, divertirse escribiendo. Ya sólo por esa mezcla de papeles en Crowley y Azirafel merece la pena, y esta pareja podría ser una candidata perfecta para alguna serie de televisión, cuya primera temporada podría empezar mostrando el contenido de este libro.
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