El profesor y la noche. Antonio Hernández Jiménez. Beturia ediciones

(197 páginas. 12,50€. Año de edición: 2015)


¿Cuáles eran esas tres cosas que hay que hacer antes de morirte? Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Desconozco las inquietudes botánicas de Antonio, pero él puede decir satisfecho que tiene las tareas cumplidas. En realidad, es raro no tener la inquietud de escribir algo, tener la necesidad de dar salida a esa novela que llevamos dentro. Es de agradecer la valentía de plasmarla y que existan editoriales que den la posibilidad de que ese desahogo interior se pueda materializar en forma de páginas impresas. Sobre todo cuando la edición es bastante cuidada y la calidad es notable (por más que el color de la cubierta no acompañe).

Dividido en dos partes (las que dan el título), la narración en todo momento es lineal y cronológica. La división en dichas partes no responde a ningún cambio entre ambas; la primera llega hasta las vacaciones de Navidad (30 capítulos) y el 2º y 3er trimestre ya integran la segunda parte (20 capítulos). No habría pasado nada de habernos encontrado los 50 episodios seguidos, sobre todo porque al ser estos tan breves la lectura resulta ágil y dinámica. Uno de los puntos fuertes de El profesor y la noche es que atrapa. Los capítulos son tan breves que te pica el pasar página. Y otra. Y otra...

Martín es el protagonista del relato. Por medio de la 3ª persona (narrador omnisciente, aunque "capado" con el fin de mantener la intriga), nos metemos dentro de este personaje que da clase de Historia (y no de matemáticas como dice esta reseñaen un instituto de un pueblo en Castilla La Mancha (de cuyo nombre no quiero acordarme). Ese es el principal acierto. Siempre viene bien escribir de lo que uno conoce: el mundo educativo y la condición de interino marcan indudablemente el sino de las páginas escritas. 

Quizá chirría más el segundo personaje del que conocemos pensamientos en detalle, Albert García, el presentador de la tele que vive del sensacionalismo barato (y que me ha recordado, no sé si estaré en lo cierto, a Jorge Javier Vázquez), precisamente por ser un personaje más basado en conjeturas, menos conocido por el autor, aunque queda claro que es sobre todo una caricatura de ese nausebundo mundo del entretenimiento.

No cabe duda de que si el libro se tratara tan solo de una visión costumbrista hacia el mundo educativo y el devenir diario de un profesor delante de sus alumnos, no interesaría a nadie (la educación en este país es irrelevante, por desgracia), así que al cóctel hay que añadir algún ingrediente más. Y es ni más ni menos que un asesinato y una desaparición. La asesinada es Natalia Paredes, una escritora de cierto renombre, y el desaparecido su marido, Manuel Lisón, profesor de Matemáticas con una fama un tanto negativa. El tinte negro es un aliciente más aparte de las preocupaciones de un profesor insomne y nómada. 

Cualquier profesor que llegue a este libro se sentirá identificado con lo que lee, pues está plasmado a la perfección el ambiente que se respira en un instituto: claustros, batallas diarias en en aula, cafetería, orientadores, profesores y profesoras, interinos... Si a esto se le suma que el marco es rural y el entretenimiento está más limitado que en las ciudades, tenemos como resultado bastante tiempo libre para darle a la cabeza, una de las características principales de Martín.

Como no solo de pensamientos vive el hombre, hay que añadirle los sentimientos. La presencia de Rosa, hija de la casera y camarera en El Cepo, bar de carretera (importante también por el hombre acodado en la barra del bar, uno de los personajes fundamentales desde el poderoso momento en que anuncia que es un asesino a sueldo) en el que para Martín con frecuencia, pronto se hace notar. La diferencia de edad entre los dos no impide que se establezca entre ellos una relación si no amorosa, cuanto menos sí sexual, aunque al final quedarán algunas dudas al respecto.

Y si Rosa es lo que se concreta, África, la profesora sustituta del asesinado, significa todo lo contrario. Ella es esa mujer que te atrae pero que, por motivos diversos (su novio, la aparente timidez de Martín), no llega a concretarse y queda casi como amor platónico. Por más que hay elementos en común entre ellos (edad, inquietudes, gustos cinéfilos y musicales...), el paso entre los dos no se produce. Como signo inequívoco de su importancia, África será quien cierre la historia.

Otro personaje relevante es José, el conserje, blanco de sospechas de muchos, como por ejemplo de Lidia, la compañera veterana, más anecdótica ella. En general, los personajes resultan creíbles y están bien caracterizados y aunque no se incida demasiado en el entorno, que podría estar más desarrollado o explicitado, se explica en lo que respecta a la soledad del protagonista (eje central de la obra y el mayor acierto de todos). Un elemento más para dotar a la obra de una cierta sensación de angustia y de claustrofobia.

La trama se desarrolla con calma pero siempre avanzando, y la resolución no deja insatisfecho a nadie, con su dosis de final sorpresivo incluido. Nada queda sin hilar, como se puede observar con los puntuales flashbacks sobre una compañera de Martín y la referencia a los atentados del 11M, otros elementos que justifican bien lo que sucede. Uno de los aspectos que más me han gustado es la referencia metaliteraria al incluirse un fragmento del libro de Natalia, El otro hijo, que se puede leer en clave interpretativa, y que le da mayor profundidad si cabe. 

Por tanto, estamos ante un debut más que positivo y recomendable, al que hay que perdonar la extraña sobreabundancia de las cursivas (sin intención estilística), el rebuscamiento del último asesinato y un cierto abuso de referencias musicales, algo que no deja de ser una especie de catálogo del gusto musical del autor. Sin duda alguna, se merece un aplauso y ser leído, como muchos otros autores desconocidos que se han atrevido a exportar las historias que llevan dentro.

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