The Walking Dead. 1ª parte de la 4ª temporada (capítulos 1-8)


El arco argumental de la cárcel y del Gobernador se cerraron por todo lo alto en la confrontación que no tuvo lugar al finalizar la 3ª temporada (lo cual, creo, ha sido un acierto, como presentar un nuevo enemigo para los supervivientes al holocausto zombi, una gripe que se propaga en la cárcel) y que dejó la sensación de haber hurtado una buena parte de la acción que requería el momento. Ha servido para presentarnos una nueva faceta de Rick y para humanizar a Carl, así como para mostrarnos un enésimo intento frustrado de intentar construir una civilización en tiempos nada civilizados.

No existen refugios, parece que se nos quiere decir; o también que el hombre es el mayor peligro para el hombre: siempre anhelando lo que no posee, siempre incapaz de compartir o de aunar fuerzas, pese a la existencia de un poderoso enemigo común, los caminantes. O al menos eso ha pasado entre Rick y el Gobernador, aunque la culpa, desde luego, se la podemos otorgar por entero al segundo (lo que menos me ha convencido de esta tanda de episodios, por cierto, fueron los dedicados a tratar de justificar este personaje destructivo y torturado que sí, ha sido muy interesante, pero no hasta el punto de darle tanta relevancia, cuando iba a ser imposible que nadie se pusiera de su parte, y más visto lo visto).

Por una parte, los detractores de esta serie pueden aducir los argumentos de que siempre es lo mismo. Por mi parte, es un marco idóneo para que se nos sigan planteando temas y situaciones tan interesantes en una situación extrema. Es imposible no meterte en el pellejo de estos supervivientes y plantearte qué harías tú en su lugar.

En estos episodios, vemos otra evolución de Rick, más calmado y menos autoritario, en busca de la paz por medio de una vida agrícola que, sin embargo, no puede durar mucho, como anuncian los caminantes apostados contra la valla que van acumulándose y que amenazan con echarlo todo abajo. Parece haber contenido la escalada violenta en su hijo Carl (aunque no su madurez) y sus delirios forman parte del pasado, aunque permanece en él esa tendencia excesiva a juzgar a la gente, como demuestra con Carol, a quien echa por su asesinato. Por más que la versión Carolminator supusiese una evolución para su insulso personaje, tampoco hubo que llorar mucho su pérdida (y es de presuponer que la volveremos a ver, para regocijo de Daryl). De lo mejor de la serie es comprobar que incluso los héroes se ven obligados a acciones poco edificantes o cuanto menos cuestionables cuando lo único que cuenta es el sálvese quien pueda.

Junto con la nueva amenaza en forma de virus, otro elemento que le va a dar un nuevo impulso a TWD es la diáspora que conllevará el salvaje ataque del Gobernador -que encadenó unas cuantas incongruencias, empezando por no cargarse a Michonne cuando tuvo oportunidad, la que sería más temible rival que Hersell, quien había firmado su pena de muerte en el capítulo donde fue el héroe por un día al contener el virus-. Es un punto de partida más que interesante para la segunda tanda de la temporada.

De los personajes, va siendo hora de darle más relevancia a Maggie -Glenn va sobrando, así como Beth, por más que su evolución la lleve por derroteros insensibles-; y ya que Tyresse no da la talla como en el cómic, que dé paso a Sasha, a ver si le puede mejorar. Daryl y Michonne, después de Rick y Carl, son quienes es de presuponer mantendrán el protagonismo. Y más allá de la duda de si el bebé de Rick ha sobrevivido, nos preguntamos si aparecerán algunas de las tramas del cómic, lo cual elevaría de intensidad esta ya de por sí intensa serie.

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