Caminando sobre las aguas. Ignacio del Valle. Páginas de espuma

(152 páginas. 15€. Año de edición: 2013)
¿Qué tienen en común un doble de Lorenzo di Medicis, un francotirador o un astronauta perdido en el espacio? ¿Qué comparten la Florencia renacentista, el frente ruso o un bosque fantástico? ¿Dónde convergen tu historia y la Historia? Los personajes y los cuentos de Ignacio del Valle se sitúan en la encrucijada en la que todos nos vemos envueltos, en la que caminamos sobre las aguas del tiempo y de nuestra época. En ese punto de encuentro comprendemos "que aquel era uno de esos días vírgenes, hasta que llega un hijo de puta y lo convierte en Historia". 
El relato que da nombre a la colección es bastante representativo del proceder del autor: escudado en un título que es de suponer que funciona como símbolo o metáfora -pero que en ocasiones parece una frase aleatoria escogida al azar-, los temas suelen ser una declaración de intenciones: tema histórico como hablar de los Médici; tema literario con Don Quijote; denuncia social al hablar de la barbarie de la Junta Militar argentina; tema bélico, con francotiradores... Temas en general muy atrayentes, salvo aquellos que no tienen ningún tema, pero de los que no se extraen nada que no sea efectista. Además, no hay ninguna unidad en términos globales.

En muchas ocasiones, a pesar de que el autor engarza algunas frases muy literarias -como si fuera recolector de piedras preciosas, pálidas y engastadas-, no termina de conectar conmigo. Demasiada retórica, demasiada depuración, demasiado preciosismo, pero nada debajo de la exhibición formal. Casi todos los relatos son como un espejo esmeradamente lustrado contra el que no dejo de rebotarme. Además, en muchas ocasiones, no se nos está contando nada realmente, hay como una superposición de elementos sin un meollo reconocible. Ese proceder barroco es lo que me ha exasperado en esta lectura. 

Caminando sobre las aguas, que da título al libro con total merecimiento, eso sí, es una excepción y está demasiado bien escrito como para echarte para atrás. No se puede chocar contra él, no queda otra sino sumergirte en la historia de Andrea, el doble de Lorenzo de Médicis, protagonista de la intriga de unos cuantos nobles florentinos (como el sugerente enano Fraticcelli) para terminar de rematarlo (está en su Villa gravemente enfermo). Es un relato cuyo tema es estupendo, pero es que además su desarrollo es un catálogo de todo lo que debe contener un relato para alcanzar la categoría de magnífico. Sólo por él ya merece la pena leer el libro.

Luego, eso sí, me cuesta quedarme con alguno, más allá de las deslumbrantes frases o expresiones que cada uno de ellos contiene: en Círculos ("El viento no cumplía y el calor se ensanchaba"), con el que se abre el libro, lo que se nos cuenta de Jack Dante, fotógrafo en zona de guerra acosado por un francotirador, no me engancha en ningún momento. Con Jaques ("La muerte había convertido a la vida en su proxeneta"), el desapego me llega desde el momento en que el narrador que está viendo la entrevista de una mujer torturada en la tele retrocede a su infancia y habla de su padre, médico de urgencias, que está en ese momento jugando al ajedrez con él, y sabes que él será el Doctor denunciado por la mujer.

Dromeda ("continúa moviendo sus manos sobre ella como una pianista sobre un teclado conocido, y el llanto va perdiendo la partida") es un relato circular con sueño (o pesadilla) incluido en el que una niña es testigo del accidente de coche en el bosque Dromeda. Recuerdos de la ballena ("Cuando volví a mirar a la mujer todos sus defectos se iban descolgando de ella como murciélagos en un túnel") es el larguísimo y pesadísimo relato en 1ª persona contado por un maltratador que busca olvidarse de su ex mujer y de su vida en una noche de juerga loca en Madrid, que incluye alguna que otra frase excesivamente pedante ("Y no pararía hasta que mis neuronas se licuefaccionasen") y cuyo final, con delirio incluido, es la culminación a otro relato que se antoja también demasiado largo.

Marco Antonio de noche, Tarzán de día ("claro que el tiempo no deja de ser una convención"; "pero un hombre es lo que intenta, no lo que consigue") tiene el defecto de ser demasiado vacuo y proponer un escenario utópico al margen de la realidad (llamado Lugar) en el que el narrador en 1ª persona se siente distante, aunque el amor por una mujer le acerca a ellos. La revancha ("Anselmo se alegró sobremanera de descubrir aquel brillo circular lleno de posibilidades"), el relato de un carterista en la recta final de su vida que defeca en una joyería, no me dice nada, como tampoco La grieta ("Cuando te mueres, te mueres hacia arriba, como los peces"), en el que se nos cuenta el periplo de un tal García por el cielo.

El extravío ("Un extravío de imanes y brújulas le coge desprevenido"), tras el ya referido Caminando sobre las aguas, nos pone en juego a un Don Quijote ya en fase de dudas sobre el espíritu de la caballería andante. Al faltar Sancho, ya falta casi todo su sentido. El breve Corazón ("Aire apelmazado, sol y sombra jugando su dominó, seca desolación") es una larga descripción. Muertes legendarias habla del héroe de los relatos (¿y?).

Gott mit uns ("Y en el viaje de vuelta íbamos fermentados de emociones") es el otro relato que salvaría, con ese narrador cobarde que se ha librado de la muerte en Rusia, ha ganado la Cruz de Hierro y ha vuelto de esa misión casi suicida de la División Azul. Pero volvemos a lo genérico y prescindible en Relatividad ("Sí, habían querido cambiar el mundo, sin darse cuenta de que el mundo cambiaba solo"), en el que mientras que se alterna una conversación sobre relatividad en una televisión, un anciano recluido en una residencia revisa su vida y contempla a una pareja de homosexuales que discuten. 

Y por último, Eternidad ("Dime algo para recordarte siempre, porque algún día habitaremos otro tiempo y este resultará tan lejano que parecerá no haber existido"), sobre el astronauta Iván Istochikov, del Soyuz 2, perdido en el espacio, podría ser el tercer relato que salvaría si no se excediese y los párrafos no fueran un gustarse y regustarse sin avanzar nada, paradigma del proceder de este libro de relatos: un brillante repertorio de fuegos artificiales que, al terminar los ecos de la pólvora, desaparecen y solo queda la oscuridad. Lo mejor, como siempre, la cuidada edición de Páginas de espuma.

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