(1ª temporada. 12 episodios. 06/10/11 - 22/12/11) |
Reconozco que he llegado a esta serie un poco de rebote y de casualidad, pese a las buenas críticas oídas (un 7,1 de nota media en spoiler.tv, tras 841 votos, el mío de un 8). No me llamaba la atención un género que no suele atraerme (¿qué tiene de atrayente pegarte sustos, estar acojonado, que el terror se apodere de tu tiempo libre?), pero insistencias externas (recomendaciones indirectas y luego más directas por parte de quien no puedes negarle nada) me obligaron a ver esta serie que inició su andadura el año pasado.
Y ha sido todo un descubrimiento. Sigo pensando que el género del terror no es lo mío, pero a pesar de que la ansiedad es la nota predominante a cada capítulo transcurrido, se trata de una ansiedad adictiva. En poco más de un fin de semana hemos consumido los 12 episodios de esta serie que suele entrar en la lista de premios de televisión en el apartado de miniserie y puede que tenga mucho que ver que las temporadas parecen ser independientes.
En esta temporada primera no tenemos una historia demasiado original: familia normal se muda a una casa donde ocurren cosas paranormales, una casa donde la maldad exuda por los cuatro costados (o por las cuatro paredes). ¿Entonces qué engancha tanto? Quizás sea ese componente un tanto esquizofrénico, o paranoide, o surrealista incluso. O quizás simplemente que esa conjunción de muertes violentas que lleva a los asesinados, por culpa de la fuerza de esa casa demoniaca, a permanecer indefinidamente allí te atrapa tanto como el sino de los Harmon, quienes se mudan para intentar superar una crisis matrimonial provocada por la infidelidad del marido, para lo cual han adquirido una enorme finca a precio de ganga. ¿El truco? Que la vendedora no les ha referido del todo el historial de asesinatos casi desde su construcción.
A veces nos interesa más conocer lo que esconden espíritus como Moira O'Hara (impresionante por la angustia y la ambigüedad que transmite Frances Conroy, Ruth Fisher en Six Feet Under), a la que los hombres ven como la jovencita arrebatadoramente sexy que fue antes de que le pegaran un tiro en el ojo (impresionante la turbadora belleza de Alexandra Breckenridge, irresistible para cualquier hombre que pasa), la pareja de gays formada por el concupiscente Patrick (Teddy Sears) y el controlador Chad (Zachary Quinto, más lucido su papel al ser rechazado por el amor de su vida). O los más recientes moradores de la casa, como la desdichada y enajenada Hayden (Kate Mara). Por no hablar de los vecinos: el patético y desfigurado por el fuego (muy bueno el "truco" de los dos incendios) Larry Harvey (estupendo Denis O'Hare, ya visto en otros papeles algo extravagantes o excesivos, como en True Blood o The good wife), Addie Langdon (muy meritorio el trabajo de Jamie Brewer, y una pena su repentina desaparición) y, cómo no, su retorcida e insuperable madre, Constance Langdon (qué decir de Jessica Lange, todo un mito que no desmerece, sino que da lustre y relevancia a esta serie, interpretando a una mujer que cree que cualquier dificultad es una prueba para demostrarse que es una persona elegida, por más que eso signifique traspasar cualquier barrera ética o moral si aviene contra sus planes; vaya, lo que podría ser una versión de alguna política de nuestro país de cuyo nombre no quiero acordarme).
En lo que respecta a los Harmon, el marido, Ben (Dylan McDermott, estupendo en la piel de este atractivo hombre torturado por sus errores), psiquiatra que no predica con el ejemplo (está un poco trastocado) al que pilla su esposa con Hayden (antes de mostrarse torturada y obsesionada con él, claro), quiere conjugar su falta y su debilidad aferrándose a la idea de familia, convencido de que se le debe una segunda oportunidad, por lo que llegará a mentir y a algo más; Vivien (Connie Britton, una mujer llena de sensualidad que sin embargo no termina de redondear la faena de darle rotundidad a su papel), que es una especie de montaña rusa de comportamientos, puesto que transita por fases independientes y endebles, de un papel dominante a dominado, de llevar las riendas con firmeza a dejarse llevar de manera más lastimosa, aunque su papel es clave una vez que se confirma su embarazo; y la hija adolescente, problemática e inteligentísima Violet (Taissa Farmiga está estupenda y resulta creíble en todas las escenas que protagoniza, algunas de ellas de gran tensión y dificultad, como cuando se corta con una cuchilla o se atiborra de pastillas), que protagonizará uno de los giros más destacados en el antepenúltimo capítulo y resultará clave en el devenir de los Harmon.
Y me dejo para el final el elemento clave de la historia de la casa (junto con la propia casa), Tate (Evan Peters lo borda con un trabajo muy difícil que combina momentos de extrema ira con otros de suma fragilidad), que se hace pasar por un paciente de Ben mientras se va enamorando de Violet y a la vez lucha contra sus brotes psicóticos. Ataviado con su traje negro de látex, dará pie a una de las tramas centrales. Su paso por el instituto hubiera supuesto problemas muy serios de haberse emitido un año después.
Si bien algunos giros puede que hubieran podido redondearse mejor (como los finales para Addie o Larry, el papel un tanto tangencial de la médium o un último capítulo demasiado anticlimático, con una especie de epílogo excesivamente extenso que te saca un poco de la habitual tensión del resto de entregas), en conjunto entretiene y te lo hace pasar (nunca mejor dicho) de miedo (estupenda, por cierto, la cabecera, tanto en su estética, que preludia uno de los fuertes de la serie, como por su música).
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