El guardián entre el centeno. J. D. Salinger. Alianza (Relectura)

(272 páginas. 9€. Año de edición: 2011)
En mi tercera lectura de este clásico, he vuelto a engancharme al discurso errático de Holden Cauldfield, un chico de 17 años (aunque lo que narra le ocurre un año antes), que nos cuenta en primera persona "unas cosas de locos" que le pasaron cuando lo expulsaron de Pencey (por suspender cuatro de cinco asignaturas), un colegio que odia porque allí -como en los otros coles de los que le han expulsado- son todos falsísimos. Al contrario de lo que algunos opinan, crezco, pasan los años y sigue sin repelerme lo que este muchacho confuso y desorientado trata de decirnos, algo así como una especie de versión distinta y mucho más actual y menos ñoña del Principito.

Para que se haya convertido en el clásico que hoy en día sigue siendo, este libro cuenta, entre otras cosas, con un inicio y un final antológicos. El inicio:
"Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y todas esas gilipolleces estilo David Copperfield, pero si quieren saber la verdad no tengo ganas de hablar de eso (...) no crean que voy a contarles toda mi maldita autobiografía. Solo voy a hablarles de unas cosas de locos que me pasaron durante las Navidades pasadas, justo antes de que me quedara bastante hecho polvo y tuviera que venir aquí y tomármelo con calma".
(En ningún momento se aclara qué lugar es "aquí": ¿un sanatorio, un hospital? Solo sabemos que no está muy lejos de Hollywood, por lo que su hermano mayor D.B., un escritor magnífico que se ha "prostituido" dedicándose a escribir guiones para Hollywood, le viene a visitar casi todos los fines de semana; y que "vine aquí a que me hicieran esas malditas pruebas y cosas de esas"). Y el final:
"Tiene gracia. No cuenten nunca nada a nadie. Si lo hacen, empezarán a echar de menos a todo el mundo".
¿Cuál es el argumento de esta novela? Pues el cúmulo de sucesos que empiezan en "lo más alto de Thomsen Hill" "por ver si me entraba una sensación de despedida" y termina con Phoebe, su adorable, encantadora y avispada hermana de 10 años, montada en un tiovivo mientras cae un aguacero y empapa a Holden, aunque siente en ese momento una alegría enorme, algo bastante difícil para este personaje peculiar que se guía por una serie de códigos confusos y algo incoherentes.

Entre medias, de Thomsen Hill pasa a despedirse del profesor de Historia, Spencer, que le habla del futuro, aunque durante su discurso Holden piensa en "adónde irían los patos cuando el lago se helaba y la superficie del agua se congelaba", motivo recurrente; se va con Ackley y Mal Brossard a comer una hamburguesa; se pelea con Stradlater por Jane y queda con la cara ensangrentada; hasta que en el capítulo 7, "De pronto decidí que lo que haría sería irme de Pencey aquella misma noche", sin esperar al miércoles y deprimiéndose al meter los patines que compró su madre. Hasta aquí iría la primera parte del libro; en la segunda el proceso de descomposición de Holden es más acusado.

Se dirige al Hotel Edmont, que está lleno de pervertidos; va al Salón Malva (sala de fiestas), donde baila con tres mujeres poco pasables y muy estúpidas; el ascensorista, Maurice, le sube a su habitación una chica de su edad, Sunny, con la que solo habla y trata de timarle 5 euros y por lo cual luego acaba recibiendo un puñetazo; deja en la estación Grand Central las maletas; desayuna en un bar pequeño y entabla conversación con dos monjitas que le caen muy bien; compra un disco para Phoebe, Little Shirley Beans, que luego rompe; va con Shally Hayes a ver una obra de teatro, Conozco a mi amor, con los Lunt; va a Central Park, al Museo de Historia Nacional, a patinar sobre hielo a Radio City, donde allí le propone a Sally ir a Greenwich Village y vivir en una cabaña, aunque como no le sigue el juego acaba diciéndole que le cae como una patada en el culo.

Queda con Carl Luce, tres años mayor que él en Wicker Bar, donde se emborracha; entra de noche a Central Park para ver dónde van los patos y se imagina su propio entierro. Es el momento más bajo de Holden en la novela y por eso decide ir a ver a su propia casa a Phoebe, con quien habla y con quien baila y quien le hace ver que no le gusta casi nada. Apenas puede pensar en cosas positivas. ¿Y qué le gustaría ser? Un guardián entre el centeno; va a casa de su profesor de lengua en Elkton Hills, el señor Antolini, un profesor de la edad de D.B., que le dirá que tiene la sensación de que Holden avanza a una caída realmente terrible:
"Esta caída a la que  creo que te diriges es de un tipo muy especial, terrible... Al que cae no se le permite ni oír ni sentir que ha llegado al fondo. Solo sigue  cayendo y cayendo".
Sale disparado del piso de su profesor al despertarle las caricias en el pelo de Antolini; vuelve a la estación; camina por la Quinta Avenida, donde cree que cada vez que llega al final de una manzana no va a llegar al otro lado: "Me parecía que iba a caerme abajo, abajo, abajo, y que nadie volvería a verme nunca"; va al colegio de Phoebe y borra unos cuantos "Que te jodan" escritos en las paredes; va al museo de arte con unos niños; Phoebe le quita de la cabeza la idea de irse al oeste; van juntos al zoo y acaban en el tiovivo, con una escena preciosa en la que Phoebe le da un beso y le pone la gorra roja en la cabeza. "Eso es todo lo que voy a decirles" (capítulo 26). Siente habérselo contado a tanta gente.

Se nos habla de D.B. y su relato "El pececillo secreto" ("que trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero"); de Robert Ackley, compañero de la habitación de al lado, un tío raro, granuliento y con una dentadura roñosa, a quien le llama criatura y príncipe para hacerlo enfadar; de Stradlater, el típico guapo que lo sabe y se aprovecha; de Jane Gallagher, una chica con la que jugaba a las damas (ella se dejaba la última fila sin tocar) que le gusta mucho y que seguramente soportaba algún tipo de abuso de su padrastro; de Allie, su hermano dos años menor que él y pelirrojo al que adoraba y de quien guarda su guante de béisbol, lleno de sus poemas favoritos; de que está leyendo Memorias de África, de Isak Dinesen, que le ha encantado, aunque su autor favorito es Ring Lardner, cuyo relato favorito es el del guardia de tráfico que se enamora de una chica mona que se salta los límites de velocidad (ahí enlaza con su teoría de los libros a los que te dan ganas de llamar a los autores); de Sally Hayes, una chica bonita a la que le propondría matrimonio pero que a veces detesta; de un chico de Elkton Hills, James Castle, al que Phil Stabile y otros seis trataron de obligarle a que se retractara por haber llamado creído a Phil, pero él no quiso y acabó saltando por la ventana; de sus propios padres, aunque casi de manera tangencial y no siempre de manera positiva; de Phoebe, idealizada casi tanto como Allie...

En el discurso de Holden encontramos expresiones propias de un crío, repeticiones de frases ("Me deja sin habla", "en serio"), de muletillas ("Jo", "y todo eso", "de verdad"), de maldiciones, de discursos inmaduros (como sus proyectos de futuro en el oeste), de contradicciones (odia la gente falsa, pero él miente como un cosaco; se pasa toda la novela deseando hablar con Jane, pero no llega a estar "en vena"), ciertos componentes homicidas ("quise atizarle con todas mis fuerzas justo en el cepillo de dientes para clavárselo en la garganta", capítulo 6; "Preferiría tirar a un tío por la ventana o cortarle la cabeza con un hacha a atizarle un puñetazo en las mandíbulas (...) lo que me asusta de las peleas a puñetazos se ver la cara del otro tío", capítulo 13), pero también reflexiones casi filosóficas, casi existenciales. 

Holden no encuentra su sitio en la sociedad, es un misántropo en potencia, con lo que es un trasunto del propio Salinger, como se ve cuando Holden desea hacerse pasar por un sordomudo. "Con el tiempo se hartarían de hacer eso [escribirle en un papel para comunicarse con él] y ya no tendría que hablar con nadie el resto de mi vida" (capítulo 25); se podría decir que Holden es el adolescente Salinger que luego se apartó del mundo y se arrepintió de haber publicado la novela. De hecho, hay varias referencias al secretismo, a no compartir ciertas cosas, así como a la falsedad de los artistas que se creen mejor de lo que sen por culpa del aplauso desmedido de la gente:
"Juro por Dios que si yo fuera pianista o actor o algo así, y todos esos imbéciles pensaran que era maravilloso, me reventaría. Ni siquiera querría que me aplaudiesen. La gente siempre aplaude cuando no debe. Si yo fuera pianista, tocaría dentro de un puñetero armario (...) cuando acabó me dio como pena. Creo que él ya no sabe siquiera cuándo toca bien y cuándo no. No es culpa suya del todo. En parte culpo a todos esos imbéciles que aplauden como locos. Si les dieras la oportunidad, podrían confundir a cualquiera" (capítulo12); "me revientan los actores (...) Y si un actor es realmente bueno, se le nota que sabe que es bueno y lo estropea todo" (capítulo 16); "Si haces algo demasiado bien o te andas con cuidado o con el tiempo empiezas a querer lucirte y entonces ya no eres tan bueno" (capítulo 17).
¿Y el título? (Famoso título, del que acabo de enterarme que hubo otra traducción en castellano: "El guardián secreto", en referencia a la no literalidad de una expresión empleada para un jugador de béisbol que se dedica a salvar las bolas bateadas). Hace referencia a una canción, a un deseo de Holden para cuando sea mayor: ser el guardián entre el centeno para salvar a los niños del precipicio (de la edad adulta, se podría entender). Holden/Salinger es una especie de Peter Pan que se niega a crecer y a "contaminarse": 
"lo mejor de ese museo era que todo estaba siempre en el mismo sitio (...) Nada era diferente. Lo único diferente eras tú (...) Ciertas cosas deberían seguir siendo como son. Deberías poder meterlas en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas en paz" (capítulo 16).
 Por eso el sexo le resulta tan inexcrutable ("El sexo es una cosa que no acabo de entender del todo bien", capítulo 9), ya que le aproxima a ese precipicio de la edad adulta; por eso es virgen y por eso le traumatiza el sexo ("De pronto se puso a hacer cosas raras. Ordinarias y todo eso", capítulo 13), por eso salva de la quema emprendida en el libro a pocos adultos como las monjitas con quienes desayuna, aunque con los niños tiene otro rasero. Este carácter peculiar puede explicar las caricias en la cabeza que recibe del señor Antolini y su exagerada reacción al ver escritos "Que te jodan". 
"He conocido a más pervertidos en colegios y todo eso, que nadie que hayan conocido nunca, y siempre les da por ser pervertidos cuando yo estoy allí (...) Cuando me pasan cosas de pervertidos empiezo a sudar como un condenado. Me han pasado cosas así como veinte veces desde que era un crío" (capítulo 24).
Las referencias crípticas a los pervertidos con los que se ha cruzado ayudaría a entender una de las escenas más extrañas y turbadoras de la novela, cuando sale huyendo del piso del señor Antolini. Es difícil no ver desmedida la reacción de Holden. O pensamos en abusos sufridos o si no esa aversión que siente es a causa de su deseo de anclarse en la infancia. Claro que en Salinger siempre tenemos la sensación de que hay mucho más debajo de lo que se nos cuenta (como la experiencia del desembarco de Normandía que vivió, o cuando se nos habla de James Castle casi al final cuando ese suceso le ha marcado tanto a Holden).

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