Un gran chico. Nick Horby. Anagrama

(360 páginas. 9,50€. Año de edición: 2010)
Londres, años 90. Dos personajes: Will, de 36 años, ligón, descreído y cínico, y Marcus, de 12 años, tímido, de mentalidad viejuna, víctima preferida de los chicos del colegio. Al pobre Marcus la mudanza de Cambridge a Londres no le ha sentado nada bien. No por la seperación de sus padres, ya asumida, sino porque a lo del  colegio se suma la depresión de su madre, que le lleva a intentar suicidarse. El peor día de la vida de Marcus, al cual asiste Will por casualidad por haber fingido ser un padre divorciado (ha descubierto que así consigue echar polvos fabulosos), se convierte en el punto de arranque para la relación que se establece entre ambos.

La novela es fácil, producto de usar y tirar, o destinada sin más a una adaptación cinematográfica de éxito más o menos seguro. Sin pretensiones, lo que la salva en parte de esa típica relación entre un adulto y un niño, por más que tanto uno como otro sean basante peculiares: el hombre de más de treinta vive del éxito de una canción navideña de su padre y no trabaja ni se plantea nada que no sea entretenerse en su piso moderno; el niño es estrafalario, raro (no capta, por ejemplo, el sarcasmo), bueno y poco comunicativo. Por momentos, afortunadamente, sortea lugares comunes como una relación entre Will y Fiona, la madre hippy de Marcus.

La cosa comienza a desencajarse con los restantes personajes, Fiona incluida, que sale y 'des'sale de sus escasas ganas de vivir sin que se sepa muy bien por qué; Ellie, la radical quinceañera fan de Kurt Covain que no hace más que meterse en líos y que se hace amiga de Marcus y pone fin al acoso que sufre; Rachel, la mujer que aparece de la nada y que cambia la forma de pensar de Will (aunque a raíz de Marcus, poco a poco había empezado a evolucionar). Ninguno de estos consigue la entidad suficiente de ser un personaje redondo.

Cuando el máximo atractivo de una obra literaria es exclusivamente la trama, se corre el riesgo de que esta no consiga sobreponerse al efecto arrastre de la página siguiente. En ese sentido, esta novela muere en el suceso de la comisaría, cuando retienen a Marcus y Ellie, de camino a Cambridge a visitar al padre de Marcus, porque esta rompió el escaparate de una tienda de discos para sacar de su "encierro" un póster de Kurt. Las páginas restantes dejan de importar, sobre todo porque incluso el logrado personaje de Marcus se precipita en una desintegración penosa creciendo de pronto en unos meses.

Entretenida novela, pues, pero ligera como el vuelo de un globo, que termina pinchando antes de llegar al final.

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