Suicidios ejemplares. Enrique Vila-Matas. Anagrama compactos (05/06/10)

(173 páginas. 7,90€. Año de edición: 2000)
Tenía ganas de leer a Vila-Matas, sobre todo cuando en la última novela de Auster, Invisible, se le citaba. Su fama de difícil o especial, eso sí, me prevenía de él. Y no sé si Suicidios ejemplares es una excepcionalidad o una constante en su narrativa, pero he visto mucho sentido del humor (un humor inglés, irónico, frío, gélido, irreverente, burlón, divertido), gran capacidad fabuladora y una interesante tendencia por contar dentro de lo contado o por añadir detalles insólitos e imprevisibles. Apoteósico.

Pocas veces un libro de relatos consigue ser un todo compacto o no bajar apenas la línea desde a principio a fin. Si tuviera que destacar un relato más flojo, me costaría dar con uno. Quizá diría El coleccionista de tempestades, historia de un pintor (contada por una amiga suya) que quiere crear una especie de rayo para suicidarse, pero muere antes en el intento; o Los amores que duran toda una vida, historia de una profesora de instituto de Zaragoza cuyos mejores momentos los vive fumando en agosto con su abuela y contándose historias, teniendo que añadir la más reciente de su amigo Fernando, que se ha suicidado tras muchos años enamorado en silencio de Beatriz; aunque cuando los leí estaba muerto de sueño y puede contribuir a que no supiera valorar estos penúltimos relatos.

Lo mismo pasa para dilucidar el mejor: ¿Las noches del iris negro?, donde una hermandad vinculada al culto por el suicidio como escapatoria y como herramienta para ejercer la máxima libertad inherente al ser humano está detrás de la muerte del padre de Victoria, una chica con una grave enfermedad terminal, de la que se enamora el narrador, un exfutbolista (poco convencional, puesto que es culto y reflexivo) que se ha tenido que retirar por una cojera y que encuentra en Port del Vent, junto al mar, en la Costa Brava, el sosiego que necesita. La mezcla de intriga, misterio y reflexión es muy sugestiva, así como ese final abierto a interpretaciones.

La galería de personajes es inconfundible y personal, así como las historias que se nos ofrecen. Desde el prólogo Viajar, perder países, frase de Pessoa, también rescatado en el microrrelato del final, Pero no hagamos ya más literatura, que otorga un componente circular al libro. Pasando por Muerte por saudade, un ejercicio de nostalgia o vuelta a la infancia, recuperando la figura suicida del padre de un amigo suyo (que recuerda a través de una mendiga que sólo abordaba a mujeres), Horacio Vega,  a quien cree estar vinculado y por tanto obligado a imitar (como al resto de su familia suicida) arrojándose desde el Mirador de Santa Luzía (en Lisboa) por causa de la nostalgia o saudade.

Más sentido del humor aparece con En busca de la pareja eléctrica, que cuenta los avatares de Mempo Lesmes, apodado y conocido como Brandy Mostaza en la década de los 60 gracias sobre todo a la exagerada y cómica delgadez de su cuerpo. Cuando engorda, pierde la “chispa cómica”, por lo que su representante le pide que busque una pareja eléctrica, tipo Laurel y Hardy o Abbot y Costelo.  Más tarde pierde hasta la Villa Nemo (codiciada por el barón de Mulder, cuyos antepasados habitaron la infortunada casa) en esa insólita búsqueda (se ve implicado en un malentendido con un posible candidato a ser su pareja, un librero de perfil idéntico al suyo cuando era flaco que le da una contraseña; secuestran por esa causa a su madre, gasta el poco dinero que le queda; les frecuentan miembros del culto de los hechiceros británicos; queda desheredado por su madre, que no le perdona el haber sido secuestrada; y termina como vagabundo que simula estar loco). Al final se establece de nuevo en Villa Nemo, que había quedado destruida por un incendio donde murió el barón (otro candidato a ser su pareja cómica), donde escucha un lamento procedente de un armario, un lamento que resulta provenir del espíritu del barón (“Y se rió. Y de no ser porque ya había muerto, se habría muerto allí mismo de risa”), con quien siente conectar eléctricamente y por eso aguarda a la noche para dar el paso, previa estricnina, para “fundar una pareja artística de alto voltaje, una pareja que no tardará en salir de gira, de gira triunfal por el espacio sideral”.

En Rosa Schwarzer vuelve a la vida pasamos a Düsseldorf, a la rutinaria e insignificante vida de Rosa, una vigilante de museo tiranizada por su marido (que le pone los cuernos con una vecina) y sus dos hijos (uno de ellos mortalmente enfermo): “mamá Rosa” no es nadie salvo una criada para ellos. Se nos cuenta que Rosa está alarmada “esta mañana”, a causa de que “Ayer Rosa Schwarzer cumplió los cincuenta años”. Se nos lleva adelante y atrás entre el día de ayer y de hoy, y vemos cómo estuvo tentada en varias ocasiones de suicidarse en su cumpleaños, en el que salvo un borrachín, Hans, nadie la hizo caso (como siempre). Por eso esta mañana está inquieta mirando el cuadro de Monsieur Perlacerdo, quien ejerce una especie de llamada al suicidio, recordando la cápsula de cianuro (queda la duda) que le dio Hans el día anterior. Pero incluso “la irrealidad es desagradable” y decide suicidarse después de haberse suicidado.
El arte de desaparecer cuenta la historia de Anatol, un hombre que durante toda su vida ha intentado pasar desapercibido (tomando para ello medidas extravagantes) y por eso, mientras daba clase de idiomas y de educación física, ha ido escribiendo siete extensas novelas en torno al tema del funambulismo. Llega el día de su jubilación y descubre en su homenaje que ser el centro de atención le depara una inaudita satisfacción. Le pide su amigo el profesor Bompharte una introducción para una exposición de fotografías sobre el mundo del deporte y ahí el editor Lampher Hvulac (poeta y editor umberthiano, de donde es él aunque finja ser extranjero) ve un potencial autor. Su esposa Yhma le anima y se descubre dando “aquel decisivo paso sobre la cuerda floja, sobre el alambre circense de la literatura”. Después, “comenzó a perderse” y toma esa decisión, tras dejar instrucciones sobre cómo publicar sus novelas.
La hora de los cansados es otro ejemplo de acción extravagante irreverente, en la que se produce una triple persecución: el narrador persigue a un tenebroso viejo que transporta un pesado maletín, el cual empieza a perseguir a un negro fortachón que acaba de comprar una estatuilla del Niño Jesús de Praga. Todo sucede por casualidad, de forma irreflexiva, y a los tres personajes les une una especie de cansancio infinito (o eso al menos salva al negro y al narrador al final).

Pasa algo muy parecido (en cuanto a asociaciones más bien ilógicas como motor de la narración) en Un invento muy práctico: el relato es la carta de una mujer a su vecina de hace cincuenta años en el verano de Alicante, Susana, con la que “compartió” a su marido, Mario: “Te escribo con la esperanza de que te arrojes pronto por la ventana de tu casa. Esa es –creo yo– la única frase que deberías haberme escrito, querida”. En ese tono de reproche, mientras justifica además los “problemas psiquiátricos” (si entró en el manicomio, dice, es por buscar a su mejor amiga, Rita Rovira) a los que alude Susana en una supuesta carta precedente. Al final descubrimos cuál es el invento que la propia Rita (loca perdida ya) le descubre y que implica el primer recuerdo que las dos amigas comparten, la inmensa y monstruosa boca del mago Barrymore, permitiéndole soportar a sus ruidosos vecinos (y, en general, vivir). El final es un enésimo salto al vacío con torsiones incluidas. Para enmarcar.

Otro tanto pasa con Me dicen que diga quién soy, “testimonio sobre el episodio más oscuro de la vida del gran pintor Panizo del Valle”, quien se había hecho célebre pintando retratos de un país donde no había estado nunca. Para eso el narrador en 1ª persona dice cuatro palabras sobre su persona (“yo no soy más que un pobre diablo que nació en Cataluña”, vinculado a Babàkua en sus años mozos, cuando fue marinero en esos mares orientales). El asombroso, surrealista (e hilarante por momentos) diálogo en el barco es el núcleo del relato, que acaba con una sorprendente declaración de ese narrador “cansado de ser quien soy”.

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