Lluvia fina. Luis Landero. Tusquets

(272 páginas. 19€. Año de edición: 2019)
Albergo sensaciones encontradas. Me encanta el tema del libro: la desconfianza que han de suscitar los relatos que se cuentan acerca de sucesos del pasado, en concreto esos relatos familiares que se transmiten de generación en generación a modo casi de venerable leyenda y que vete a saber tú cuánto de real tienen después de tantas veces relatados, por no hablar del subjetivo punto de vista de quien las cuenta, que suele diferir, y mucho, conforme sea una u otra persona, una u otra hermana, el relator. Solo por eso, el libro ya merece la pena.

Además, la prosa de Landero ha llegado a un punto de sobria y moderada templanza, transmitiendo lo que quiere transmitir, despojándose de adornos y barroquismos y zarandajas,  lejos de aquellos Juegos de la edad tardía, tan emparentada con el realismo mágico. Aquí no hay nada de mágico, todo lo contrario. Y el realismo es tan despiadado, tan árido, que por momentos te distancia con la propia realidad.

Eso sí, no me ha gustado que el libro no estuviera acotado en unas directrices espaciales y temporales. No saber la ciudad nos aleja de referencias a las que asirnos, y la cronología me ha confundido un poco, porque parece un libro que acontece en el presente, pero las referencias al matrimonio entre Sonia y Horacio lo imposibilitan, ya que ella se casa a los quince años, algo hoy en día imposible. Casi nos movemos en terrenos imaginarios, etéreos.

La forma de discurso predominante es el diálogo. De hecho, lo que más me ha gustado es esa técnica de entremezclar los de diversos personajes en diversos momentos en una hábil e ingeniosa manera sin que líe en exceso porque casi siempre la protagonista, Aurora, está en alguno de ellos (las hermanas o la madre utilizándola de paciente receptora). No quiere con eso decir que parezca  una obra de teatro porque si bien es cierto que la acción es escasa y nos llega de manera pretérita, referida, hay un mínimo de dinamismo que no te lleva a dudar del género textual.

El argumento es bastante simple: Gabriel, la pareja de Aurora desde hace veinte años (nos narran una manera bastante laxa y desapasionada de trabar contacto y relación), profesor de filosofía en un instituto y un ser abstracto en líneas generales (su inane filosofía de vida se basa en que la vida siempre se resuelve en fracaso), por más labia que en algunos momentos demuestre, tiene la idea u ocurrencia de organizar una fiesta de cumpleaños para su madre, que va a cumplir 80 años, pese a las objeciones de Aurora, que sabe que no es un buen momento para sus hermanas mayores, Sonia y Andrea. 

Sobre todo porque la madre es un personaje polémico para ellas que se aferran tanto al pasado para pregonar sus amargas quejas. Dicen quererla, pero la culpan de todos sus fracasos personales. Sonia porque dice que la obligó a casarse con Horacio, un hombre veinte años mayor que ella, sobre todo por temas económicos. Y Andrea le echa la culpa prácticamente hasta por respirar. Y puede que todo parta de la no aceptación de la temprana pérdida de su padre, el contrapunto a esa mujer fatalista, práctica y materialista, alguien que les inventaba cuentos sobre un personaje de un cuadro (Pentapolín, germen de los primeros traumas de las niñas), alguien que al morir tempranamente les despoja de imaginación y fantasía.

En lugar de eso, la madre se dedicará a la tarea de sacar adelante a sus tres hijos sola, con su maletín de practicante hasta que ahorra lo suficiente para abrir una pequeña mercería. Allí mandará a su hija Sonia, con 14 años, a que despache, mientras ella saca dinero de manera ambulante. Tendrá que abandonar a sus muñecas, el refugio de su lacerante infancia. Y la estocada vendrá de las manos repugnantes y grimosas de Horacio, un vendedor de juguetes que será bastante protagonista de las tremendistas páginas finales.

Andrea, por su parte, que no posee la belleza y la finura de su hermana mayor, sino que es más tosca y abrupta, tendrá que ocuparse de mantener la casa, ya que Gabriel es el pequeño (y es hombre). Este personaje me ha cargado mucho, he de reconocerlo. No solo por su carácter polémico, programado para rebatir cualquier afirmación que le llegue, sino por su estilo metafórico o poético o lunático. Como muestra, esto que se dice a sí misma cuando pierde a su amor platónico (Horacio) en manos de Sonia: "Has perdido, guerrero cheroqui", y sentí que el diablo cabalgaba a mi lado", y frases todavía más sonrojantes y que dudo que nadie en el mundo tenga el coraje de expulsar por la boca.

Por si fuera poco, siempre echa balones fuera y no se responsabiliza de nada. Siempre tiene a alguien a mano a quien culpar, bien sea la madre (sobre todo ella), Sonia o el propio Gabriel, a quien, junto con su hermana, dicen querer y admirar mucho, pero le critican siempre (utilizando recriminaciones pretéritas, como que su madre siempre le guardaba los curruscos de pan o que era medio autista con su caballito y su vaquero). Alguien con pájaros en la cabeza y proyectos imposibles, como querer ser cantante de rock pese a no haber cantado en público en la vida o no saber solfeo.

Aquí no hay personajes amables o que caigan bien al lector. Los tres hermanos están llenos de demonios (utilizando terminología de Andrea) y Gabriel, el que parecía por encima del bien y del mal, también guarda sus podredumbres, al ser una especie de gaseosa que no se cansa de proclamar ideas grandiosas, pero nunca es capaz de llevarlas a práctica, además de serle infiel a Aurora y despreocuparse de los problemas familiares.

Ni siquiera se salva la propia Aurora. Aunque nos la muestran como dulce y tranquila, la interlocutora ideal porque prefiere escuchar a hablar, algo que valoran mucho las hermanas de Gabriel, en realidad se esconde un carácter más bien pusilánime que apenas lucha para ayudar a su hija Alicia, con retraso madurativo. No es capaz de enfrentarse a un hombre que es un lastre y un jeta, ni es capaz de mandar a la mierda a esas dos hermanas que la usan para despojarse verbalmente de sus mierdas. Tampoco su trabajo como maestra la llena, por lo que llega un momento en su vida en que descubre que solo existe vacío en torno a ella.

Al margen de estas insidiosas relaciones que tejen el núcleo principal de la novela y del polémico y sugerido final, como digo el libro se salva por tratar un tema más que interesante y que queda resumido en la página 262:
Son historias, impresiones, conjeturas y sueños, que una vez que se encarnan y fraguan en palabras pasan ya a ser reales y, con el tiempo, invulnerables a toda controversia. Un día, no recuerda a cuento de qué, le dijo a Andrea: "Esa es la realidad", y Andrea le replicó: "Pues entonces la realidad es mentira". Y quizá no le falta razón. Y es curioso, piensa Aurora, porque lo que el olvido destruye, a veces la memoria lo va reconstruyendo y acrecentando con noticias aportadas por la imaginación y la nostalgia, de modo que entonces se da la paradoja de que, cuanto mayor es el olvido, más rico y detallado es también el recuerdo.

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